Te conocí en Marzo 2021, cuando empecé a dejar comida para gatos afuera de mi casa. Llegaste junto con otro gatito que asumo era tu hermano. Venían todos los días sin falta, poco antes del anochecer. Me fui encariñando con los dos. Una madrugada los vi jugar en el pasto, en la iglesia frente a mi casa. Dos gatitos jóvenes y despreocupados corretéandose. Magia pura.
Semanas después atropellaron a tu hermanito y solo quedaste tú. Llegabas y veías comida, ibas a buscar a tu hermano al escondite y ya no lo encontrabas. Me partía el corazón ver que regresaras sola. Como te sentías tu, es un misterio. Poco a poco gané tu confianza gracias a un ratoncito de juguete amarrado a un palo. Me pude acercar a ti y aplicarte una solución antipulgas al fin. Ya podía tocarte, ya no éramos tan extraños.
Un día te animaste a entrar a mi casa, unos minutos y ya. Poco a poco te fuiste quedando más tiempo, hasta pasar la noche. Gradualmente, y quizá gracias al clima que iba enfriando, te quedaste a vivir en mi casa. Te adopté, te llevé a esterilizar. Te convertiste en mi primera mascota. No me gusta poner nombres, pero tu apodo era “salvajita”, en parte por tu origen callejero y en parte por una cerveza ligera que tomaba en esos días. Lo abreviamos como “Sally” y listo, ya tenías nombre. Un nombre muy común en canciones de rock, por cierto.
Aún así nunca estuviste plenamente a gusto encerrada. Te dejaba salir un poquito, ya que conocías bastante bien la cuadra. Ahí naciste, ahí creciste. Sabía del peligro, pero según yo era un riesgo controlado. Por supuesto, nada es controlable. Te vi hacer muchos saltos y actos de equilibrio a lo largo de tu corta vida. Lo que al principio me asustaba después era algo normal de ver. Confiaba en que tu instinto te protegería de intentar cosas muy arriesgadas, o de huir ante cualquier amenaza (siempre fuiste miedosita, no te hagas).
Nunca sabré exactamente como fue la caída que te costó la vida. Se donde fue, pero no se si resbalaste, si una teja se rompió, o qué pasó. Al menos no tardé mucho en encontrarte. Alguien de la iglesia de enfrente amablemente me ofreció entrar y en 3 minutos te localizamos, ya sin vida. Tu cuerpo estaba en buen estado, excepto la cabeza. Quiero pensar que tu muerte fue instantánea, que no sufriste mucho tiempo. Temía lo peor. Después de 2 días sin venir a la casa, temía que te hubieras perdido, que de aquí en adelante pasarías meses o años sufriendo en las calles. Esto que pasó es terrible, pero pudo ser aún peor.
Sally, siempre te voy a llevar conmigo. Gracias a ti al fin comprendí la sonrisa boba que ponen los padres y abuelos cuando ven comer a un hijo o nieto. Después de ti han seguido más gatitos que he alimentado, llevado a esterilizar, dado en adopción, e incluso otra gatita adoptada. Sin embargo tu fuiste y siempre serás la primera. Hasta siempre mi niña. Gracias por estos 18 meses. Gracias por todo.